Monsieur Bom Bom

               Cada mañana al despertar Maurice Gagnon se sentía contento de acudir a su trabajo. Provenía de una familia quebecoise de pura lana, sin mezcla, orgulloso de ser francófono. Hasta en su juventud participó del movimiento por la liberacion de Quebec, pero se dio cuenta de que era un sueño imposible, además su idioma en Montreal estaba lleno de anglicismos...You know?.
                    Decidió postular a un trabajo en la S.T.C.U.M (Sociedad De Transporte de La comunidad Urbana de Montreal), empresa de la Ville de Montréal cuyo objetivo primario no es el lucro sino la satisfacción plena de las necesidades de transporte de los ciudadanos, los cuales por una módica suma compran su tarjeta, la cual sirve para todo el mes y la pueden ocupar libremente tanto en buses, como el metro de la ciudad.
                  Aprendió a conducir, ese era su objetivo, su sueño acariciado por mucho tiempo. Veía a los conductores contentos con su trabajo, respetados por la comunidad, y con un nivel de rentas que otorgaban seguridad. Pues bien, pasó por varios puestos hasta que le asignaron una máquina para conducir. Desde su primer día supo que eso era lo que quería hacer en la vida. Lo tomó con alegría y en una ciudad como Montreal, absolutamente cosmopolita, tuvo ocasión de tratar con gente que provenía de diferentes partes del mundo. Hindúes, asiáticos, africanos, europeos, latinos... todo tipo de lenguas, pero él les hablaba solo en francés y exigía que se le hablara solo en francés. 
                 Era un tipo bonachón, simpático y le pareció buena idea de obsequiar a sus pasajeros un bom bom, lo cual era un gasto que hacía gustoso, al subir cada pasajero que lo saludaba espontáneamente en francés, se ganaba un bom bom. Hindúes, asiáticos, y otros eran reticentes a hablar francés, para ellos les bastaba manejarse en ingles, pero cuando se daban cuenta quien era el conductor, subían y saludaban... "Bon Jour monsieur C`a va?" y se ganaban una sonrisa junto con un bom bom.
               Decidió Maurice Gagnon además celebrar las festividades patrias de diferentes países adornando su máquina con los colores del país festejado, la música del país, lo que hacia las delicias de los pasajeros....

             Maurice Gagnon tenía ademas la virtud de cantar, y muchas veces lo hacía al conducir su autobús. Viejas canciones quebecois con su potente voz tenían acostumbrados a los pasajeros que aparte del bom-bom, disfrutaban de la simpatía de Maurice. Él se preparaba para celebrar las fiestas, adornando la máquina con banderines y los colores respectivos, aparte de música del país festejado. Demás está decir que el costo lo asumía en plenitud, dejándole al final del día la satisfacción de arrancar sonrisas entre sus pasajeros.
        Uno de estos días que Maurice celebraba la fiesta de Vietnam, conoció a la que sería el amor de su vida, una joven de origen asiática nacida en Montreal, hija de inmigrantes vietnamitas llegados de Saigón y que tenían un restorante en el centro de la ciudad. El flechazo fue recíproco, a ella le pareció simpática la iniciativa de Maurice y su galantería para con ella la cautivó. Fue así que al momento de bajar le dio una tarjeta con sus datos, la cual Maurice atesoró y durante días esperó la ocasión para llamarla...


        La parada tenía en su interior la información horaria de la pasada del autobús, que la llevaba cada mañana al centro de la ciudad al negocio familiar, un restaurante vietnamita muy apetecido y concurrido, el cual era dirigido por Lefong, quien lo habia transformado de ser un lugar de encuentro de inmigrantes vietnamitas con su comida ancestral, refugio para las frías y duras jornadas del invierno canadiense, a un referente obligado dentro de la multiétnica gastronomía de la ciudad. 
              Le Petite Saigon era pues un fructífero negocio,con una entusiasta clientela que llenaba las mesas cada día. En la cocina, Lefong llevaba la batuta de esta orquesta afiatada, que fácilmente despachaba en promedio 400 o mas órdenes cada dia. A Lefong-hua nunca le preocupó otra cosa que el éxito del proyecto familiar. Le dedicó su tiempo y su energía, no quiso compromisos ni flirteos con nadie,salvo un romance furtivo en la secundaria. Ese era a sus 27 todo su historial, no obstante, su hermosura en materia amorosa. 
               Sin embargo, estaba en la parada con el corazón marcando el ritmo de una manera inusual o desconocida para ella. Le pareció ver en la mirada de aquel conductor algo diferente que la cautivó desde el primer momento. La máquina adornada con colores patrios, los bombones, el canto de Maurice y su sonrisa la llevaron a cometer la irreflexiva acción de darle una tarjeta del restorant con su nombre impreso,al momento de descender...


              Esa mañana Maurice estaba contento, a pesar de la nieve y la tempestad sabía que en ese horario en la Avenida Du Parc subiría como cada mañana ella, su frágil figura y hermoso rostro era un recuerdo recurrente. Había sido reticente al amor por mucho tiempo, después de recoger los pedacitos de su corazón, esparcidos en aquel parque, después que su amada pure-laine (pura-lana) quebecoise le dijo que ya no lo amaba, pero la sonrisa de esta mujer asiática lo atrapó con solo decir "merci" cuando le obsequió su bom bom. Ahora la tendría en posición para dar un pasito, no sin temor en el camino del amor, sentía cierta inquietud a no ser correspondido, miedo a tener una relación distinta y efímera. No obstante, se acordó de Verdi y comenzó como era su costumbre a cantar de menos a más, sacando su mejor do, bajo la mirada cómplice y atenta de sus pasajeros, llegando a la parada Laurier justo para recibirla a ella en el remate de su canto...
          Realmente su hermosura contrastaba con la uniformidad y similitud en las facciones que las hacían a todas muy parecidas. Cuerpos frágiles y graciosos que en Montreal puedes ver en todas partes, pero ella a los ojos de Maurice tenía en su rostro además de hermosura, la serenidad y la dulzura que lo invitaban a seguir el impulso de aquella mirada. Le estaban quebrando el servicio tan solo con su: "bon jour, monsieur saba bien cet matin?" y su sonrisa resplandecía en aquel rostro perfecto, tanto que Maurice olvidó ofrecerle su bom-bom "oui, saba mademoiselle" alcanzó a balbucear mientras ponía en marcha el autobús hacia la próxima parada, y en su interior se recriminaba el haber perdido la ocasión de piropearla, cubrirla de halagos con el tacto y tino que ameritaba su hermosura...



                   Maurice estaba parado en el portal del resto Le Pétite-Saigon, y una tarjeta en su mano con el nombre de Lefong confirmaban la decisión de avanzar en aquel camino. Quería verla, más bien admirarla. Aquellas dos semanas de vacaciones en Trois Riviere lo habían hecho reflexionar, no le gustaba la soledad en que se encontraba, necesitaba una relación más allá de la carnalidad. En su interior soñaba con una familia, niños y una mujer dispuesta a completar su idea de la felicidad. Le sorprendió al entrar la ornamentación del resto, la disposición de las mesas, los detalles bien logrados, la clientela bulliciosa que en ese horario llenaba el salón principal y los dos salones aledaños. Se dirigió hacia la mesa que le indicaban y supo que la mano de Lefong estaba detrás de cada detalle...
            Por su parte, Lefong era la batuta de una cocina bien afiatada. Cada uno de los siete colaboradores con que contaba sabían exactamente el trabajo y en ese horario se escuchaba la voz de Lefong distribuir las órdenes con seguridad... sopa Tonkinoise, Pato ho-chi -min,rollitos vietnamien, serpiente de agua, cerdo a la menta, y una infinidad de colores y sabores desfilaban a las mesas de alegres comensales... 
              Entre ellos Maurice, el alegre Monsieur-bom-bom del transporte público montreales, que maravillado esperaba dilatar al máximo sus fideos de arroz. Su naturaleza extrovertida le instó al momento de pagar la cuenta, solicitar la presencia del chef,(Lefong-hua) so pretexto de felicitarla, para verla y encontrar en su mirada la respuesta a las interrogantes que se agolpaban en su interior. Con la tarjeta en la mano la esperó pacientemente. El "resto a esa altura había bajado la demanda, por tanto Lefong al ser consultada al requerimiento en cuestión, accedió gentilmente y se aprestó a salir al salón como en otras ocasiones: "Il faut etre poli". La cortesía era política de la casa, sus ancianos padres la observaron salir de la cocina y dirigirse a la mesa 28. Se sorprendió al ver en aquella mesa a Maurice, el señor de los bombones y los trozos de opera que habían despertado en ella aquella inquietud que creía superada, la estructurada, fuerte y determinada mujer, que creía ser se desplomaba y el corazón galopante le anunciaba que no era precisamente la comida, la razón que la acercaba a aquella mesa,sino más bien algo mas íntimo, personal y muy difícil de explicar...
              Por su parte Maurice la vio venir estilizada y bella, dentro del característico uniforme cocinero, que todo su desplante se vino abajo y solo atinó a decirle: "voullez-vous marche avec-moi?". Lefong le miró directo a los ojos.
            Monsieur bom bom siguió conduciendo y cantando, por las calles de Montreal, realizando su trabajo con agrado y sus pasajeros disfrutaban de un servicio relajado y eficiente. La sonrisa de Maurice daba cuenta de un conductor realizado con su trabajo, bien pagado, respetado, y consciente de la importancia de su función, desplazar a los habitantes de la ciudad con agrado y seguridad. En lo personal,  su relación era fuerte, había construido  una familia en donde el amor era la base, con respeto y  dedicación. Lefong administraba a la muerte de sus padres en plenitud le Petite Saigon, en tanto su corazón estaba plenamente feliz, cinco años de relación, un hijo hermoso con rasgos orientales que acompañaba a su padre a comprar los bombones, banderas y adornos, pues el día siguiente era la fiesta de Italia, y su padre se disponía con alegría a celebrarlo a punta de tarantelas,  con sus pasajeros, que agradecidos disfrutaban la locura de Monsieur bom-bom...
           Maurice era un hombre feliz, plenamente realizado en diversos aspectos de su vida, emocionalmente fuerte, con una familia que lo apoyaba y participaba con agrado de sus excentricidades. Sentía el aprecio de sus pares, conductores del sistema de locomoción colectiva del gran Montreal, quienes miraban con simpatía su afición de regalar bombones a sus pasajeros, y celebrar a su manera las festividades patrias de diversas naciones, con importante representación en la población de Montreal. 
           Esa mañana se sentía particularmente contento, pues Lefong, su esposa vietnamita le había anunciado que sería padre nuevamente, soñaba con que fuera una hija y en su mente la imaginaba feliz, jugando y cantando aquellas canciones quebecois que había aprendido cuando niño, y que su hijo luc tatariaba a sus cinco años. Maurice amaba su trabajo,le gustaba que sus pasajeros se sintiesen gratos en su máquina, además el sistema de trabajo le permitía hacer el trabajo de una manera relajada. Los tiempos de desplazamiento eran conocidos por los usuarios, como también la llegada a cada parada, en su ruta estaba la avenida Du parc que bordeaba el barrio de Outreumont, con una notoria presencia de familias judías ortodoxas que aquella mañana caminaban raudos hacia la sinagoga, con sus trenzas y sus lentes gruesos, todos vestidos a la misma usanza, en grupos, de a dos, todos tenían en común no solo la fe, sino un gran parecido físico, que parecían ser literalmente miembros de la misma familia. Subieron unos jóvenes con tambores que acudían al Mont-royal, donde se celebraba como cada año, el fin del invierno y la llegada del periodo estival, la fiesta del tam-tam...
            El paso del crudo invierno a la primavera en Montreal, es un proceso rápido y colorido no solo se derrite el hielo en las calles, dando paso a un colchón verde que surge espontáneo, en plazas y jardines, sino también el que se acumula en los corazones de los habitantes de la ciudad, durante el rigor del invierno, pareciera que la alegría, la sonrisa, desaparecieran del rostro de muchas personas, pero al escuchar la llamada del primer tambor... "tam-tam... tam-tam", y la respuesta de otro, en otro sector de la ciudad... "tam-tam", convocando a celebrar el arribo de la primavera, se produce una transformación colectiva, se acaba el encierro, la tristeza durante esta corta transición. Aparecen las mesas al exterior en los cafetines de la Rue San Dennis, por ejemplo, las mujeres proceden a estilizarse, depilarse y todo proceso que las haga sentirse acorde con la belleza de la primavera, que regala jardines de tulipanes multicolores por doquier, muchas están con el corazón dispuesto en esta época a tener un affaire, vivir intensamente la vida, en la estación mas hermosa del año, probablemente con algún chileno afincado por esas tierras(comentario ultra-patriotero). En fin, el amor está en el aire...
          Maurice esa mañana de domingo se despertó con el ruido de los tambores, él vivía junto a Lefong y su hijo Luc muy cerca del Mont-Royal, que es el epicentro de esta fiesta colorida. El primer domingo primaveral, tambores, danzas, acrobacia, malabarismo, es el Cirque Du Soleil, popular de la gente que llega en masa a este lugar y entre ellos, bajo un ensordecedor y rítmico "tam-tam... tam-tam", junto al Totem-Mohawk danzando con la camisa en la mano, agradeciéndole al padre-sol su llegada, con su cuerpo empapado en sudor estaba Maurice, Monsieur bom-bom, que no se cansaba de girar y danzar.......

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